22 oct 2017

Reflexiones en un pasillo de una Facultad de Educación... #lucidez

Acababa de salir de mi clase tras cuatro horas seguidas en el aula, quizá muchos de ustedes piensen que no sea mucho, pero estaba cansada, será la edad o quizá que es la primera vez que imparto la asignatura.

Imagen tomada de Pinterest


La verdad es que voy notando el paso del tiempo, y a veces las situaciones me hacen casi sentir como una abuela cascarrabias. Y hoy me acerco a uno de esos momentos que me hace pensar que no estamos haciendo bien las cosas en las facultades de educación.

Así pues, andaba yo por el pasillo llena de papeles y cachibaches, se nota que soy profesora y no por las manchas de tiza de mis pantalones de otra época sino porque siempre llevo materiales, llaves colgadas del cuello para abrir los armarios que rodean el aula, el ipad que lleva mis otros materiales no tangibles, ... mis arrugas en el rostro y canas en el pelo que constituyen esa razón evidente que hacen ver que no soy uno más de esos muchachos que salen de las aulas, esos futuros maestros que algún día no muy lejano también serán como yo hoy.

Ellos salían de las aulas, rápido, hablando muy alto, sin mirar atrás.

Cuando llegué a esa puerta del pasillo, salía ella. Más alta que yo ¡vaya con las generaciones de hoy!, son mucho más corpulentos de lo que éramos nosotros. Miró a su izquierda al salir y me vio, pero bastó con dar un paso más amplio para ponerse delante de mí en el pasillo, y ¿para qué? Si aquel lugar no constituía pista alguna de carreras, quizá viva la vida a marchas rápidas de la misma manera que pasan con velocidad las pantallas del móvil.

No sé si habían pasado uno o dos segundos, cuando dio un "meneo" a su pelo con la mano, haciendo que aquella larga melena chocase contra mi cara. Pero si sabía que yo estaba ahí cuarenta centímetros más abajo, ¿por qué lo hizo?

Me detuve en silencio, en seco, y dejé que se alejara por el pasillo.

Esa fue mi respuesta, no decir nada, sin embargo minutos después me sentí mal de haber actuado así, de no haberle hablado de mis aprendizajes de niña cuando el respeto a las personas mayores era una riqueza tan grande que no era cuantificable, y más si era un maestro conocido o desconocido el que estaba frente a mí.

Aquella estudiante de maestro parecía haber perdido las normas de educación básicas que antaño a mi me enseñaron, si alguna vez las tuvo. Y yo profesora de la facultad no fui capaz de decirle nada porque consideré que no era mi misión hacerlo. Ella debe cambiar creo, y yo también, afirmo.

Me quedo con un fragmento de una película que me marcó justo cuando tenía la misma edad que ella, que ayudó a definir lo que hoy soy: maestra. 

 

Gracias #FedericoLuppi

1 comentario:

  1. Vivimos alterados, Blanca, muy rápido, sin darnos cuenta de lo mal que hacemos las cosas muchas veces. Situaciones de éstas, por desgracia, son muy habituales.
    Trabajo los fines de semana como cajera en un supermercado y me cambia la cara cada vez que alguien es agradecido cuando le ayudo. Los hay que se desviven a darte las gracias por buscarles el cambio y quitarle la "chatarrilla" y los hay que se molestan e indignan cuando les pides el DNI, si aparentan ser menores de edad y compran alcohol.
    En fin, las personas somos difíciles de tratar, unos por unas cosas y otros por otras.

    Saludos!!!

    ResponderEliminar