Hace varios días que tengo ganas de escribir sobre el caso de la adolescente que hace pocos días se suicidó en Madrid, a causa de una situación de acoso y sin embargo, no encontraba la forma de comenzar a hablar de algo que me duele como persona, y aún más como docente.
No me quito de la cabeza a esa madre, que sufre y va a sufrir el resto de su vida, sin sentir los brazos que rodearon su cuello tantas veces, porque la chica se ha marchado en medio de un sufrimiento que solamente ella podría contarnos, pero la pena se ha quedado entre los que la querían.
Son muchos los años que he pasado en las aulas, y me ha tocado vivir situaciones de acoso que podría decir no tan graves como este caso, aunque la gravedad en estos casos depende del corazón del que lo recibe, ante una misma situación un adolescente acosado puede vivirlo desde una angustia vital o desde una situación que agobia pero no ahoga.
Son muchas las veces que he hablado con colegas docentes, sobre la vida a diario en los institutos, sobre todo en aquellos donde hay casos de adolescentes "desarraigados", que muchas veces son también víctimas de las situaciones que les ha tocado vivir y su violencia es un mecanismo puro de supervivencia, en esas conversaciones con colegas, siempre hablé de la necesidad del "escuchador", y si bien siendo consciente que la palabra en cuestión no tiene otro significado del "que escucha" me parece de vital importancia en una sociedad que se ha acostumbrado al mensaje corto, rápido y étereo que informa pero no soluciona.
No quiero ser catastrofista, no es mi estilo, pero creo que hemos conseguido burocratizar tanto la enseñanza que hemos restado flexibilidad a solucionar este tipo de situaciones. No hay más que ver la cantidad de informaciones que se recogen estos últimos días, que hablan sobre la necesidad de un protocolo, ¿otro?. El protocolo existe, pero tiene tantas escaleras que subir, y tantas puertas a las que llamar, que cuando llegas a la última, pasa lo que inevitable, la víctima se ha ido para no volver más.
En mis primeros años como docente, recuerdo las largas charlas de pasillo, en un rincón de las escaleras, en una esquina del patio, o saliendo del colegio a dar una vuelta con alguno de los chavales. Poco a poco, aquello se fue limitando, ya no se puede salir del colegio sin autorización, no se puede hablar con un chaval si no has rellenado después el papelito correspondiente, no se puede ... si no llamas a la inspección, ... haría una lista grande, de "no se puede" y me sentiría aún peor, sintiendo que lo fácil se hizo difícil por esos cerramientos que hemos puesto al acto educativo, limitando muchas de las necesidades de la propia persona.
A los profesores no nos forman como mediadores, y creo que sería necesario, ni cómo actuar para ser más resilientes, o ayudar a los chavales a que lo sean. Puedes buscarte la vida para aprender, o dejar aflorar el don natural que tienes y que parte de tu vocación y buena voluntad, pero que no siempre funciona.
En los centros, no hay escuchadores, ni mediadores, ... poco que tenga que ver con la prevención, estamos en un país donde es más fácil dar un antibiótico ante una bacteria, que unas pautas de prevención antes de que llegue; en educación como en medicina, pero aquí no hay píldoras que curen, solo personas que ayuden y prevengan.
Los orientadores, cada vez menos y más burocratizados también, han de actuar bajo protocolos cerrados en minutos pautados.
Señores, vamos a actuar, porque estas situaciones se viven a diario, y pasan desapercibidas desde afuera pero duelen y dejan marca en el que las vive y siente. Hay chavales buenos y menos buenos, y el sistema educativo debe dar respuesta a todos, atendiendo a la persona en su singularidad. La formación como herramienta para el docente. Y la mediación como ayuda para el adolescente.
No es el momento de señalar a nadie, ni buscar culpables, ni estigmatizar, ... es el momento de despedir a una niña y abrazar a una madre. De sacar al chaval acosador de ese entorno, y ayudarle también a ser mejor persona. De formar a los docentes, con las herramientas que dan vida y ayudan a crecer.
Imagen de portada: Pixabay
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