20 nov 2017

Dejad a los niños asombrarse





Y los niños llegaron a la universidad. Ellos nos están ayudando a celebrar el 175 aniversario de la Facultad de Educación (UAH), pero sobre todo nos están enseñando a descubrir la importancia de que el niño no pierda esa capacidad de asombro que podemos considerar innata (l'Ecuyer, 2012), ese deseo de aprender que la escuela debe ser capaz no solo de conservarlo sino de incentivarlo para que crezca.
Cuando tras haber participado en el taller de matemáticas descubrí a estas dos pequeñas (ver imagen) sobre el mapa de España, viendo cuántos dedos les cabían entre una montaña y otra o lo lejos que estaba el mar del pico más alto, me hizo ser aún más consciente de la necesidad de respetar tiempos, espacios, pero sobre todo intereses de aprendizaje de los niños. Las niñas no saben leer, nadie les había explicado de manera previa qué era el mar o la tierra, pero ellas mediante el tacto y dejando el tiempo transcurrir entre conversaciones de una con la otra, descubrieron algunas posibilidades del mapa.
En otro rincón, los niños contaban los huesos de la mano de un esqueleto.


Uno, dos, tres, cuatro, cinco, ... cuando hice la foto iban ya por el siete. Despacito, señalando uno por uno, por tiempos, escuchando al compañero que hablaba. Nadie les había pedido esa actividad, sin embargo, los niños actuaron así de manera espontánea. 
No pude evitar en ese momento recordar como el currículo de la etapa no contempla el trabajo con números más grandes, pero lo hicieron y además de manera muy correcta. Y también me vino a la cabeza un titular de un artículo de hace un tiempo de Averkpasa, "Las flores no viven en las tablets".
Espacios que respeten la creatividad, el trabajo autónomo del niño solo o con otros compañeros, materiales que estimulen el aprendizaje a través de los sentidos, situaciones que faciliten la reflexión, intervalos temporales que vienen marcados por las propias necesidades personales, ... 
Gracias a aquellos pequeños pude trasladar mi mente a muchos años atrás, cuando el patio del colegio era un enorme parque de puertas abiertas, llamado "El vivero". Montañas de hojas secas que por esta época nos recibían para que saltásemos como si fuesen la mejor cama elástica del mundo. Pequeñas fuentes con forma de orinal, a las que para llegar a poner un poco de agua en tu boca necesitabas que algún compañero te cediese su espalda para levantarte algunos centímetros más de tu pequeño tamaño. Aquel espacio conservó mi asombro, lo desarrolló aún más y a día de hoy aún lo conservo.


"Todos los hombres desean conocer por naturaleza" (Aristóteles)



Referencias bibliográficas:

l'Ecuyer, C. (2012). Educar en el asombro. Barcelona: Plataforma.

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