29 ene 2018

La escuela en España tiene un problema... de arriba a abajo



El señor Ministro de Educación habla sobre un MIR educativo y se encienden las alarmas, quizá como si fuese la guinda de una tarta de chocolate riquísima, que para cerrar ese rico bocado amarga.
Todos hablan de educación, todos hablan de la escuela, todos hablan de los maestros, ... y en ese todos entran todos los estamentos y personajes sociales, y lo triste de todo es que en ese todos, pocos saben, y por saber me refiero a que hayan vivido el significado de la Educación en mayúscula, desde las aulas.
No me voy a meter en términos políticos, ya otras veces en el blog he hablado de mi asombro por los gobernantes que tenemos sean del color que sean, porque si miro por ejemplo eso que llaman pacto educativo que más bien parece la comisión de accionistas de un banco cualquiera me doy cuenta de los intereses que mueven la educación en este país. Solo oigo cantos de las sirenas, aquellas hijas de Melpómene la diosa de la tragedia.
Pero sí que me voy a ir a la escuela, a la escuela que vivo a diario, desde arriba y desde abajo, porque soy una docente afortunada que ha paseado por todos los niveles educativos, en días de sol y de lluvia, por terreno llano y pedregoso, con un buen abrigo y con poca ropa para hacer el camino. Y estas metáforas que siento, es lo que los profesores viven a diario.
Llevo más de 22 años como docente, he aprendido y sigo aprendiendo a serlo cada día en el aula, pero tuve suerte de vivir la escuela en otro tiempo. Viví la escuela de la Ley de 1970, donde los profesores nos prepararon para profesiones que entonces no existían -parece la novedad ahora, y pregunto yo ¿a alguno de ustedes les prepararon para trabajar en entornos virtuales o llevar un aparato en el bolsillo que tiene infinitas enciclopedias?-, que nos enseñaron el premio por el esfuerzo -ahora tenemos que lograr las cosas por arte de magia, y nos echamos las manos a la cabeza porque los niños tengan tareas para casa por ejemplo-, que ayudaron a nuestros padres a enseñarnos la bonita sensación de libertad al otro lado de la escuela -y muchos de nosotros salimos de casa con apenas diecisiete años a vivir la universidad fuera de nuestras ciudades-. Y entonces la ratio eran 42 por aula, recuerdo aquellas clases sin pasillo para caminar. Con un patio al menos en mi escuela que estaba lleno de agujeros que se transformaban en estupendos charcos, sobre los que diseñábamos puentes y presas. Con uniformes que heredabas de primos y vecinos, no preocupándote la marca que llevasen. Estas nimiedades, que poco nos afectaron como escolares, son las que entran ahora en el debate.
Pero quiero hablar hoy de lo que yo creo que es la raíz del problema, el reconocimiento social del docente, ¿dónde se ha perdido? Los profesores viven en muchas escuelas más pendientes de la opinión de los padres y madres que de enseñar, ¿creen ustedes que esto es forma de trabajar? Pero desde esa raíz y hasta llegar a la parte más profunda de la tierra surgen otros problemas. 
¡Qué pena que desapareciesen las "anejas"!
En la universidad -la institución responsable de la formación de los maestros- cambiaron los títulos por grados, y da igual el nombre creo, pero me preocupan dos cosas allá, el acceso de los profesores, las prácticas y la forma de evaluación. El acceso docente a la universidad se rige por una certificación externa -acreditación ANECA- donde lo que se prioriza no es la docencia previa que apenas sirve sino publicaciones, estancias, y otros menesteres que por ejemplo hacen que desde mi área "didáctica de las matemáticas" convivamos pocos del área con muchos de topología, geometría algebraica, u otras áreas, impartiendo docencia en grados de infantil por ejemplo; algunos de ellos nunca vieron un aula no universitaria ni la verán jamás. Las prácticas en las escuelas que hacen los estudiantes, en muchos casos se transforman en situaciones burocratizadas, donde el profesor está más preocupado de rellenar papeles que del estudiante en su campo de actuación. Y la forma de evaluación de los estudiantes, que conjuga la parte continua con la parte final -que sigue siendo un examen al uso-; tenemos más de setenta estudiantes en el aula, la parte continua se limita a trabajos que los estudiantes hacen y exponen, pero sin entrar en profundidad porque el tiempo nos impide dedicarles el tiempo que necesitan. 


La escuela llora, porque nadie la mira de manera creativa. Porque estamos dejando al desamparo a los maestros que salen de las escuelas, que luego muestran ganas de aprender. Cada semana tengo la suerte de visitar escuelas distintas, de titularidad pública o concertada, y los maestros se esfuerzan por atender a los chavales muchas veces sin saber hacerlo porque nadie les enseñó.
Lo que necesita la escuela es un poco de apoyo, y no quiero que se traduzca mi opinión en cursos de formación que se convierten muchas veces en clases magistrales o recetas de pócimas mágicas. La escuela necesita espacios donde los maestros compartan y aprendan juntos, necesita tiempos que reconozcan estos aprendizajes, necesita universidades donde se valore el esfuerzo y los docentes sean especialistas de las áreas, la escuela necesita RECONOCIMIENTO SOCIAL, porque sin escuela no nacerán el resto de las profesiones.

“En Japón, el único profesional que no precisa reverenciar al emperador es el profesor, pues, según los japoneses, en una tierra donde no hay profesores, no puede haber emperadores….”.